Mi gran amigo Quevedo, me ha propuesto un reto ineludible, pues me ha propuesto algo que para mí resulta dificil por no decir imposible, me ha pedido que escriba un soneto.
Bueno, no soy buena con la poesía, pero lo intentaré, escribiré sobre lo que más no hace daño en el mundo, y es la pérdida del amor, en sí mismo, no de la persona, no del momento, sino del amor propiamente dicho.
A lo largo de los años, la vida me ha enseñado que se pierden muchos amores, el de la niñez, nuestro primer amor, inocente e indoloro, el de la adolescencia, el amor plátonico que queremos que sea, algo más doloroso pero fácil de olvidar, el de un familiar que se marcha, que nos rompe el corazón porque es un amor dulce y tierno que sabemos que no podremos recuperar de ningún modo, y el amor de la persona que hacemos el centro de nuestra vida, a la que amamos, a la que nos entregamos incondicionalmente sin la necesidad de recibir nada a cambio. El amor que nos destruye hasta el borde de la locura, ese que hace salir todo el rencor y la ira que guardamos dentro de nosotros. El amor que nos hace llorar desconsoladamente como cuando eramos niños, ese llanto atronador que nos nace del pecho y nos quema la garganta. El amor que nos haría gritar hasta estallar y convertirnos en espuma de mar. El amor que mata nuestra alma y nos sume en la más profunda soledad.
A menudo, miramos hacia atrás, y recordamos todos esos amores que han pasado por nuestra vida, a veces reimos al recordarlos, pues nos enseñaron a madurar para un siguiente amor. Pero un día, dejamos de mirar al pasado, pues este nos hace daño, nos hace añicos el corazón recordar a esa persona que una vez nos amo hasta la saciedad y después se marchó de nuestra vida sin importar los motivos de esa huida. Es ese momento en el que hay que mirar hacia adelante y tomar un nuevo camino hacia la luz del mañana y espera que el amor vuelva llamar a nuestra puerta, entonces podremos decidir, si la abrimos o ponemos el cartel de cerrado por derribo...
Sentada
Sentada aquí esperaré tu llegada,
sentada aquí esperaré tu partida,
sentada aquí esperaré tan perdida,
que soledad, me encontrarás apagada.
Sentada lucharé con mi espada,
sentada atraparé mi alma ya huida,
sentada, de nuevo más afligida,
sentada aquí, serena, no atrapada.
Una espera que sin ti desespera,
y que con cada paso ya se aleja
de aquel aliento perfido, que espera
que mis lágrimas, liben cual abeja,
tu recuerdo pintado con tempera,
mientras ahora este recuerdo se aleja.